Por Guadalupe Zorrilla y Maria Otilia Puebla.
Viajar a China es respirar profundo y abrir la mente a un país energético en donde la espiritualidad no tiene límite de tiempo y espacio. Life is a journey, la vida es un viaje, nos dijo un letrero en una pared y sentimos que en esta oportunidad en que recorrimos lugares maravillosos, conocimos a un pueblo hospitalario y nos acercamos a su cosmovisión, constituyó también un viaje hacia nuestro interior. Una serie de causalidades, que no casualidades, nos brindaron momentos y encuentros memorables y emotivos a lo largo del trayecto: Ver el amanecer en lo alto de la montaña Wudang y que un rosario yaqui fuera una especie de llave para entrar al templo de Damo en su cima en el tercer intento; sentir la calidez y paz del anciano monje en un pequeño templo en una vereda del camino quien estrechó nuestras manos y en un lenguaje sin palabras invitó al grupo a sentarse a conversar con él, contestó nuestras preguntas con una sencillez apabullante, que nunca acepta nada material por recibir a los visitantes y a quien si pudimos obsequiar una canción; encontrar a un monje que hizo señas con su mano a un integrante del grupo para invitarle a que entrara al templo que custodiaba y obsequiarle los inciensos para que hiciera las ofrendas o peticiones de acuerdo a sus costumbres; conocer a grandes maestros de las artes marciales y a monjes que nos abrieron las puertas con generosidad compartiendo sus enseñanzas y la ceremonia del Te; tener el privilegio de ser recibidos cariñosamente por la familia Yang en Shangai y por el Sifu Du en Luoyang; escuchar desde muy temprano a los niños de las escuelas de Kung Fu en Shaolin y admirar su fuerza y disciplina, mezcladas con candor.
Para muchas personas chinas (y orientales en general) que encontramos a lo largo del camino, fuera de Shangai y Beijing donde hay mayor turismo, europeo principalmente, resultamos algo extraños o personas exóticas venidas de lugares lejanos (algo así como los mexicanos en el arroz!) y despertábamos su curiosidad, nos tomaban fotos en forma disimulada o en forma muy abierta nos solicitaban tomarse fotografías con nosotros, todo de una manera agradable y al mencionar que éramos mexicanos mostraban mayor entusiasmo. Los lugares que visitamos fueron de acuerdo al itinerario programado y sí sentimos la experiencia –desde lo local- en el hospedaje, los traslados y la alimentación. Todos terminamos el viaje pudiendo utilizar los palillos para comer; pudimos degustar ricos platillos propios de cada región con la experta guía de Hugo representante de Templo Shaolin de México en Shaolin China.
Nos quedamos maravillados por las dos Chinas: la milenaria y fervorosa, que hasta hoy mantiene sus costumbres, pues fue sumamente interesante observar la devoción que profesa el pueblo chino; en sus templos, primeramente toman incienso que encienden en hornillas y depositan ante el altar haciendo reverencias, hincándose por unos minutos, para luego retirarse con mucho respeto. Los templos son sorprendentes y fascinantes por su arquitectura e interiores hermosamente decorados, siempre con la presencia de un monje custodio observando en forma serena, mientras que las estatuas de personajes milenarios propios de su cultura, son algunas enormes y otras pequeñas. Y la otra China, la actual: moderna y organizada, incluso con su tráfico algo caótico, un mar de camiones y automóviles nuevos donde serpenteaban hábilmente motocicletas y bicicletas que eran tripuladas por hombres y mujeres con carga o bien con niños y bebés y nadie usaba casco. En algo coinciden las dos Chinas, en lo majestuoso. Los vestigios de su pasado, plasmado en templos y construcciones y la realidad de su presente, un país con impresionantes obras de infraestructura y comunicación; en cuanto a su futuro, indudablemente será brillante, pues sus habitantes dan muestra de férrea disciplina y determinación. Estamos agradecidos de haber podido dar un vistazo a ambas Chinas.
Que si hubo dificultades? Por supuesto, todo viaje que se precie de serlo debe tenerlas: extravío de teléfonos móviles y otros objetos, que fueron todos recuperados gracias al sentido de responsabilidad del pueblo chino; uno que otro resbalón sin trascendencia; un poco de tardanza en nuestro ingreso en Migración por falta del nombre de nuestro hotel, que fue solucionado al mostrar el itinerario de viaje proporcionado por el Templo Shaolin de México, fue así que China nos abrió sus puertas e iniciamos nuestra gran aventura. A pesar de que nuestro grupo estaba compuesto por jóvenes ágiles y fuertes y personas mayores, llegamos a complementarnos, creemos, no sin pocos esfuerzos,para llegar a constituirnos en una gran familia, a la mexicana.
La expresión –Esto está en chino– nunca fue mejor aplicada. Y nos reíamos cuando decíamos –esto es así, aquí y en China-, aunque la barrera del idioma no fue un problema, pues tanto Hugo como Sergio (Instructor del TSM AC) servían de intérpretes. El regateo para las compras, casi un deporte nacional allá, era manejado con maestría por ellos; era simpatiquísimo verlos alegar por un precio en nuestro beneficio; además cuando tratábamos nosotros de comunicarnos, la disposición de todas las personas lo hacía posible: a señas, en Chinenglish y hasta medio en Chinefrench, pues sólo aprendimos a saludar y a dar las gracias, porque lo demás –estaba en chino-.
Aprendimos de esta experiencia que hay que hacer las cosas que te hagan feliz y vivir con sencillez. Nuestro espíritu se llenó de gozo y despertamos a otra vida. Que si volveríamos a China? Claro que sí.
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