La falta de ejercicio en la pandemia a traído una baja movilidad en la población mundial la cual no es beneficiosa para nuestro cuerpo y tienes más posibilidades de contraer COVID-19 por no tener una actividad física que permita al cuerpo activar sus defensas y sobre todo activar los músculos del cuerpo. Realizar ejercicio es primordial para una buena calidad de vida en estos tiempos.
La actual pandemia por el coronavirus SARS–CoV–2 ha puesto en jaque a los sistemas sanitarios a nivel global. Además, la enfermedad ha resaltado un problema sanitario derivado de otra pandemia, la de la inactividad física. La hipertensión, la obesidad o la diabetes, patologías que han incrementando su incidencia de forma alarmante en los países industrializados por un estilo de vida sedentario, son comorbilidades que se asocian a una mayor gravedad tras infectarse por COVID-19 (1,2). Un elemento común de estas enfermedades metabólicas es la presencia de inflamación crónica de bajo grado, un caldo de cultivo derivado de la acumulación de grasa en diferentes tejidos y órganos que promueve la infiltración de células inmunes de perfil pro-inflamatorio. Este ambiente por un lado acelera los procesos de degeneración de los tejidos, y por otro aumenta el riesgo de una respuesta inmune aberrante (conocida como tormenta de citocinas) ante un posible agente patógeno como puede ser un virus (3). Es decir, el sistema inmunitario no calibra los mecanismos de defensa ante el virus y libera de forma excesiva y descontrolada citocinas pro-inflamatorias como TNFα, la proteína quimioatrayente de monocitos 1 (MCP-1) o IL-6, que en lugar de combatir de forma eficiente a la enfermedad, agravan su pronóstico. Por ello, la pandemia de sedentarismo, con sus enfermedades asociadas, ha podido ser un catalizador de la pandemia por COVID-19. El sistema inmunitario de una gran parte de la población podría estar menos preparado para hacer frente a una enfermedad como la que asola actualmente al mundo entero.
En este contexto, es reconocido que las personas con obesidad, con diabetes o con hipertensión comparten un elemento común en la mayoría de casos: tienen una baja forma física. A pesar de que su uso en el ámbito clínico está infravalorado, existen dos marcadores que reflejan de forma cristalina la capacidad física de una persona, la fuerza y la capacidad cardiorrespiratoria. Así, tal y como hemos comentado en un artículo anterior, un estudio publicado recientemente en Mayo Clinic Proceedings muestra una relación inversa entre la capacidad cardiorrespiratoria y el riesgo de hospitalización por COVID-19 (4). Es decir, un mayor consumo máximo de oxígeno protege contra un agravamiento de la enfermedad en el caso de contraer el virus.
Por otro lado, la fuerza es también un potente predictor de mortalidad por todas las causas. Para valorarla, existe un test muy utilizado en epidemiología que se relaciona muy bien con la fuerza global, el test de handgrip (mide la fuerza de la mano). Mediante un dinamómetro, la persona ejerce la máxima fuerza con la mano. Un mayor nivel de fuerza en la mano se asocia de forma general con mayores niveles de fuerza en todo el cuerpo. Así, por ejemplo, un estudio (5) que analizó la fuerza de la mano de más de medio millón de personas de entre 40 y 69 años vio cómo la mortalidad por todas las causas aumentaba un 20% por cada 5 kilos menos de fuerza. Además, en el caso de las enfermedades respiratorias, el incremento de la mortalidad llegaba hasta el 30%. Por ello, cabría suponer que menores niveles de fuerza aumentarían también el riesgo de sufrir COVID-19 grave. Pero ¿es realmente así?
Para dar respuesta a esta cuestión, se acaban de publicar recientemente los resultados de un estudio en el servidor medRxiv (los resultados todavía no han sido revisados por pares) que analiza la relación entre el aumento de la fuerza muscular y el riesgo de hospitalización por COVID-19 (6). El estudio utilizó datos de la Encuesta sobre salud, envejecimiento y jubilación en Europa (SHARE), que se recopiló entre 2004 y 2017 cada dos años. Una muestra de participantes que habían contestado al menos una vez la encuesta SHARE respondió a un cuestionario entre junio y septiembre de 2020 sobre si habían sido infectados con COVID-19 y si habían sido hospitalizados por la enfermedad. Así, la muestra final fue de 3.600 participantes de más de 50 años (edad media de 69 años), de los cuales hubo 83 hospitalizaciones (2,3% del total). Los resultados mostraron que las personas con mayor riesgo de hospitalización eran típicamente personas mayores, con obesidad, con enfermedad cardiovascular o renal crónica y con una menor fuerza muscular. Los pacientes mayores tenían un 70% más de probabilidades de hospitalización debido a COVID-19, mientras que aquellos con obesidad tenían el doble de probabilidades. Además, la medición más reciente de la fuerza de la mano (se realizó al menos dos años antes, en 2017) se correlacionó estrechamente con el riesgo de hospitalización por COVID-19. Tras ajustar a otras covariables como sexo, edad, obesidad o enfermedades cardiovasculares, con cada aumento de una desviación estándar en la fuerza de agarre (12 kg), las probabilidades de hospitalización se reducían alrededor de un 35%. Es decir, tener bajos niveles de fuerza no se relaciona con mayor mortalidad porque se tenga obesidad o una enfermedad cardiovascular, sino que es por sí sola (incluso en personas con normopeso, jóvenes, etc) un factor pronóstico. Así, aquellos que más fuertes estaban (46 kg de media) tuvieron menos riesgo de hospitalización (0,8%) que aquellos que eran más débiles (riesgo de hospitalización del 1,9%, 22,64 kg de media de fuerza muscular)
Figura 1. Una menor fuerza muscular se asocia con un mayor riesgo de hospitalización por COVID-19 (6).
Estos resultados muestran la importancia de la función muscular como marcador de pronóstico por COVID-19. Además, su relevancia es incluso mayor en un contexto de pacientes críticos. Por ejemplo, una revisión sistemática con meta-análisis (7) que analizó a 39.852 pacientes con enfermedades crónicas y a pacientes en estado crítico, estudió la relación entre los niveles de fuerza y la mortalidad. Los resultados mostraron cómo tener bajos niveles de fuerza puede duplicar el riesgo de mortalidad en pacientes críticos. Uno de los datos relevantes de este estudio es que el aumento de 5 kg de los niveles de fuerza disminuía el riesgo de mortalidad un 22% en esta población. Estos resultados muestran que preservar la fuerza en los pacientes críticos tiene una importancia vital (Figura 2).
Conclusiones
La sarcopenia, es decir, el déficit de fuerza y masa muscular, predispone al paciente a una respuesta inmune deficiente ante enfermedades graves como puede ser la COVID-19. Esta respuesta inmunitaria deteriorada puede conducir a una mayor mortalidad a corto plazo, a una recuperación más lenta y a un deterioro funcional de los pacientes que consigan superar la enfermedad. Además, hay que tener en cuenta que debido a que los pacientes más frágiles tienen una respuesta inmune debilitada, la vacuna podría ser menos efectiva para ellos. Es decir, la fragilidad o la falta de fuerza se asocia a un peor pronóstico en todas las etapas de la enfermedad (8).
La fuerza reafirma su importancia como marcador de salud, ya que mayores niveles de fuerza se relacionan con menor mortalidad por todas las causas. Especialmente es el caso de los pacientes críticos, en los cuales es imprescindible preservar su función muscular. La fuerza es el principal indicador de la salud del músculo, un órgano que, si está sano, mantiene un diálogo cruzado con el resto de órganos ayudando a preservar nuestra salud metabólica. Por ello, una de las principales medidas para atenuar los efectos de la pandemia es mejorar la función muscular de la población mundial. Esta afirmación va en la misma línea que un estudio publicado en la revista Lancet en 2019 que analizó la relación entre diferentes factores de riesgo y la mortalidad en más de 150.000 personas de 21 países diferentes a las que siguieron durante más de 10 años (9). A nivel global, tener poca fuerza (medida también con el test de handgrip) se situó como el tercer factor de mortalidad. Los investigadores cuantificaron que las personas con menores niveles de fuerza tuvieron hasta el doble de riesgo de mortalidad que las personas más fuertes. Por ello, la conclusión de este artículo coincide con el título de uno de nuestros últimos artículos: Aumentar los niveles de fuerza es una necesidad mundial.
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